Atemporales

Saldrè a pasear entre los chopos, irè al mercado a deleitarme con los olores, sonreirè a las personas que vayan sonriendo y me llenarè de sensaciones limpias y claras antes de subir al tren.

No nos salvarà la escritura. Y aunque sin dinero, del frìo solo nos salvaràn las mantas. La Tierra, del hambre. Y la amistad, del amor.

Siento el otoño. Los àrboles pegando sus hojas amarillas y marrones al suelo. Los troncos desnudos, como libros abiertos. Los vientos, la temperatura. La poiquilotermia de mis manos, de mis pies. Las almohadas hundidas por un par de cabezas tozudas, que se divierten màs a solas, que regalando su ternura. El otoño de los amores en mi mente.

El epitafio de mi escalera es un gesto de ascenso hacia Dios.

Hacer la fotosìntesis en cualquier terraza, o en cualquier banco de la ciudad. Pronto giro la cabeza y a mi lado està el conejo blanco. -¿Fumas? -Da igual ya me iba a casa a estudiar.

Nada de su cuerpo me excita. Es mi mente quien distorsiona cada pàrrafo de su cuerpo. Pero no quiero formar parte de su teorìa del cìrculo. Del cìrculo vicioso. Es de mi apetencia seguir abrazando en la oscuridad una piel que da calor, limpio y verdadero. Lejos del afilador de adjetivos.