Miro al horizonte y un conjunto de islas me descubre entre la neblina. Como el mar está calmado y el sol aún no está despierto no hay límites de azules, blancos o grises. Las islas me ven, me miran con ternura y me hacen preguntas. La arena acaricia mis pies y las algas despiertan mi nariz. A la noche el fuego de una hoguera en la playa me transporta, y aunque no conozco a nadie aquí todos los que viajamos solos nos sentimos acompañados por el mar de la Bahía de Paracas. Unos huyen de grandes empresas de Italia, otras buscan un cambio en Panamá y un visado para Estados Unidos, otros sólo buscan compañía a los pies de una bonita casa de madera con una chalana en la entrada. Yo no estoy buscando nada ni a nadie esta noche, porque ya sé dónde está lo que quiero.