Hace cuatro meses volví de un gran viaje, desde entonces el concepto de hogar no reside en la quietud; el concepto de hogar es movimiento. Alguien se marchaba para no volver más, sin necesidad de facturar maletas, con las manos vacías y arrugadas como un niño que juega una hora en la bañera, justo mientras yo sobrevolaba el océano Atlántico. Mi casa es ahora más que nunca mi cuerpo; las paredes de mi hogar están hechas de distintas pieles, de distintos afectos. El trayecto transcurre tranquilo, montañas de árboles y muros de nubes mecen el autobús por una carretera que no tiene ansias de llegar a ninguna parte. Todas las personas guardan silencio, imagino que todas van pensando. Yo silencio el diálogo interno y evoco un camino. Me digo a mí misma que lo voy a recorrer. Me duermo.