Ayer bajé un rato a la playa, a ver si el levante me hacía volar a la otra orilla. Escuchando las olas tuve ese momento que la Mujer sola frente al océano busca poema para dejarse hacer suele tener cuando mira al mar. Todo se tornaba brisa y serenidad hasta que de pronto el mar dejó de hipnotizarme, porque necesitaba que mirase la arena. Solo a mi alrededor, en un radio de cuatro o cinco metros, había más de diez botellas de cristal de cerveza vacías, tres latas de medio litro de aluminio en una bolsa de plástico, una caja de cartón enorme paseando por la arena cerca de la escalera de caracol, mierda de perros, servilletas, una felpa con un pene rosa en el centro de una despedida de soltera, botellas de plástico de dos litros de refrescos e intuyo que otras muchas ornamentaciones demasiado bizarras para la arena de la playa. Qué poco respeto te tengo Cádiz, me da absolutamente igual que la tierra que piso tenga tanto duende y tanto arte, que sea cuna del flamenco, que tenga...