Atemporales

Entra la luz al abrir las contrapuertas de madera blanca envejecida, aún resuenan los graznidos de gaviotas sobrevolando el casco antiguo en la madrugada. El suelo hidráulico me hace viajar a un cuadro de Escher, los amantes duermen, yo no quiero a nadie.

Se delinean rutas invisibles trazadas con su olor, senderos húmedos orientados hacia el sur, mapas puntillistas de melanina donde solo puedes perderte.

Ella baila de forma metafórica sobre mis piernas mientras su pelo al caer por su espalda finge ser el metrónomo que marca el ritmo  de nuestros gemidos. Y a mi izquierda,  interpretando la otra parte de la tocata con un carácter contrapuntístico una veneciana baila de forma literal pegada a una nariz afrancesada.