¿ Y què ìbamos a hacer si no era encontrar la ternura en los rostros ajenos ? ¿ Còmo ìbamos a ser capaces de vivir bajo el cielo sin el amor de otros ? Sin nuestro propio amor. ¿ Còmo podrìamos haber llegado a conocernos sin ser escèpticos primero? Sin desconfiar de las intenciones maternas, de las estrictas doctrinas paternas y de la escasas muestras de afecto... Ahora bien, no soy un roble, no soy rìgida por haberme rebelado contra el ambiente que me mecìa, siento que mis ramas son flexibles y mis hojas no se rompen cuando nos azotan las tempestades. Sòlo espero, espero que el monzòn amaine y los pàjaros vuelvan a sobrevolar mis partes. Es entonces, cuando puedo decir, con tranquilidad, sin desconfiar de mi propio lenguaje, que somos nosotros, los que nos queremos, los aspirantes a deleitarse ...